Berlín 2018

No es especialmente bonita, pero está viva, muy viva. Respira y evoluciona a pasos de gigante; como la eterna adolescente, sin la madurez de sus vecinas Paris o Londres, posee la palpitante energía de la juventud.

Dos jornadas completas me parecen suficiente para hacerse una idea de la ciudad si no se ha venido antes. Tal era el caso de mi hermana y mi madre. Mi madre, que ha viajado mucho toda su vida, aun no conocía Berlín. ¡Había que solucionarlo! ¡Viaje de chicas! ¡Yupiii!.

Vuelo directo Sevilla-Berlín con nuestra querida amiga Ryanair, buen madrugón a la ida, pero te alegras porque aprovechas bien el día. 67,30€. Cómodo. Llegas al aeropuerto de Schonefeld y coges el tren (S) directo a Alexanderplatz, y de ahí el metro (línea U2) hasta los apartamentos, en el barrio de Mitte (centro).

Nos alojamos unos apartamentos donde ya había estado en una ocasión anterior:
SCHOENHOUSE APARTMENTS, en Schönhauser Allee 185, Berlin-Mitte. Son muy cómodos, amplios, bien equipados, alegres, calentitos… No se puede pedir más. Habitación para 4 personas, 160€/noche. Metro: Rosa-Luxemburgo.

Hicimos el primer día el recorrido en bus turístico, que aunque sea una actividad muy poco glamourosa, lo cierto es que da una buena visión de la urbe y los principales puntos que hay que visitar: Alexanderplatz, la avenida Unter den linden, Puerta de Brandeburgo, el Reichstag y todo el entorno administrativo, el bosque de Tiergarten, Charlottenburg, la avenida Kurfursten con su catedral de la Muela medio derruida, la plaza Sony, los restos del muro por el barrio de Mitte, la plaza de la Tolerancia, San Nicolás, el fabuloso Ayuntamiento y por fin, vuelta al Alexanderplatz. Eso sí, el audio del bus es un horror, poca información y una música repetitiva que se te mete hasta el tuétano:

CITY CIRCLE SIGHTSEEING

Vistas de los canales y al fondo, la torre de televisión de Alexanderplatz

La avenida más famosa de Berlín

Columna de la Victoria

Checkpoint Charlie

Catedral de Berlín: las tres mosqueteras

Por la tarde, tras un almuerzo fugaz en un sitio anodino junto a la catedral, fuimos a ver mi museo preferido en Berlín: el museo de Pérgamo, con esa colección maravillosa de arte de medio oriente, el fascinante mercado de Mileto y, sobre todo y ante todo, la puerta de Ishtar, de la antigua Babilonia, entrada al templo de Marduk.

La hermosa isla de los museos

Catedral desde la isla

La puerta de Ishtar es una de las obras de la antiguedad que más me sorprende, del siglo VI antes de Cristo. Está dedicada a la diosa del amor y de la fertilidad, pero también de la guerra, una de las diosas más importantes del antiguo panteón.  Cómo han traído a un museo semejante instalación, de cuatro metros de altura por diez de ancho, que encima no es ni siquiera una mínima parte de lo que fue en origen: la puerta que se halla en el museo es sólo la puerta pequeña, y existía una segunda puerta bastante mayor. Imponente, el azul lapislázuli de los azulejos vidriados, los relieves de los feroces leones, los toros y los animales místicos, imágenes que perseguían amedrentar a los visitanes… definitivamente esta pieza no deja indiferente.

La puerta de Ishtar

Maqueta de la Muralla de Babilonia y el paseo de los guerreros, hasta la Puerta.

Mercado de Mileto, en la actual Turquía

El altar de Pérgamo no pudimos verlo esta vez: estaba cerrada la sala por reformas. Una pena, porque es el otro must del museo.

Ayer nos levantamos andarinas, y tras un buen desayuno en casa, con productos comprados en una tienda bio que hay frente a los apartamentos, (me encanta Alemania por esto!!! cuánta oferta de productos ecológicos!), nos fuimos en metro a la puerta de Brandeburgo en Pariser Platz, he hicimos un Walkingfreetour de Sandemans. Estos tours los conozco de hace bastante tiempo, los he hecho en varias ciudades, y creo que son los mejores. Los guías son entusiastas porque cobran al final, dependiendo de la propina que la gente les deja. Todo el mundo contento. En otra ocasión que vine a Berlín hice la visita al campo de concentración de Sachsenhausen y fue igualmente fascinante. Ir una vez en la vida a un campo de concentración, para no dejar que el olvido borre de nuestra memoria colectiva semejantes atrocidades, pues la historia es cíclica, se repite, se repite.

Sachsenhausen, el miedo hecho lugar

Arbeit macht frei = «el trabajo libera», en Sachsenhausen

Nos explicaron algo de la historia antigua de Berlín, de cómo nació sobre un pantano (Berlín significa eso, pantano), sobre la actual Isla de los Museos, de cómo se convierte en capital del imperio prusiano, de cómo se fueron sucediendo los Federicos y los Guillermos, y los Guillermos y los Federicos, de la dinastía Hohenzoller.

Explicaron cómo cuando Napoleón en 1806 entró en Berlín, decidió llevarse a Paris la cuádriga que hay sobre la puerta de Brandeburgo, ya que la puerta entera pesaba un poco demasiado, y de cómo enseguida Guillermo… (el que tocara esa vez), la volvió a traer de vuelta al cabo de los años, derrotado Napoleón, esta vez con los símbolos de la victoria coronando su cabeza (la de la estatua, la de Napoleón estaba en otra parte).

Puerta de Brandeburgo

Pasamos por el monumento a los judíos muertos en Europa, comúnmente llamado Monumento al Holocausto. Las más de 2700 frías losas de hormigón, semejantes a las tumbas del cementerio judío de Praga, forman un entramado laberíntico y a veces claustrofóbico, que emula tibiamente las sensaciones que, multiplicadas por mil, pudieron experimentar esas víctimas del horror nazi.

Memorial al Holocausto

La visita al lugar que ocupó en su día el bunker de Hitler también es interesante: en un aparcamiento de unos grises apartamentos, lo único alusivo a lo que su subterráneo esconde es una placa que al parecer pusieron los vecinos con motivo del mundial 2006, hartitos de que los turistas tocaran sus telefonillos para preguntar por el lugar exacto del escondite. Allí donde Hitler, ya con la cabeza medio perdida, pasó la última semana de su vida junto con Eva Braun, tratando de convencer a sus militares de que la guerra no estaba aún perdida… y sí, sí lo estaba, el ejército soviético entró muy poco después de que con cianuro primero y con un tiro en la cabeza después, el loco acabase para siempre con sus atroces sueños. Los rusos encontraron sólo sus cuerpos calcinados, – lo identificaron por sus dientes-; los últimos soldados nazis habían recibido orden de quemar los cuerpos para que los aliados no pudiesen exponerlo como sí habían hecho anteriormente con el de Musolini.

Años más tarde esos restos se volvieron a calcinar, dentaduras incluidas, y se echaron a un río. El búnker se rellenó de cemento. Se acabó, nada de culto a la figura del genocida-hijo-de-satanás.

Imponente el edificio del antiguo ministerio del Aire, exponente del estilo arquitectónico del Tercer Reich, todo de granito y diseño muy sobrio, elegante e inmenso, con 2600 salas. Este edificio aparece en la película VALKIRIA (2008). Al parecer, cuando estuvieron rodando, pusieron las banderas con la esvásticas y soldados con el uniforme nazi en la puerta. Nos contó la guía que un vecino de Berlin de avanzada edad pasó un día por allí y se pegó tal susto que le dio un ataque al corazón, y cuando despertó en el hospital solo lograba decir, con cara horrorizada: «han vuelto, han vuelto»…

El gigantesco edificio del Ministerio del Aire Nazi

Engalanado para la peli: verdaderamente da miedito…

Avanzamos unos cuantos años en la historia de Berlin. Terminada la guerra, se impuso en la conferencia de Potsdam el reparto entre las cuatro potencias ganadoras (la división tanto del país, Alemania, como de su capital, Berlín). En efecto, la división de Alemania entre la República Democrática Alemana, o RDA (al este, comunista) y la República Federal de Alemania, o RFA (al oeste, capitalista), con el telón de acero, que ya de por sí era complicado, se enrevesa aun más con la división de la propia ciudad de Berlín (contenida entera en el este, es decir, en el bloque comunista), en también un bloque comunista y otro capitalista. Empieza la guerra fría, allá por el año 1961, y los del bloque del mundo libre no quieren renunciar a su pedazo de capital, pues piensan que quien controla Berlín, controla Alemania. Debido a las diferencias en el modo de vida occidental, enseguida los berlineses del lado este, aprovechan para pasar a la zona oeste y fugarse de su miserable estilo de vida. Los soviéticos se dan cuenta de la creciente fuga de cerebros, y deciden ponerle fin construyendo alrededor de la zona capitalista de Berlin un muro, el «muro de la vergüenza» para el bloque occidental, «el muro de protección antifascista», para los soviéticos: el muro de Berlín, para la historia, que estuvo levantado 28 años para ignominia de la raza humana. Midió 150 km (el de Berlin) y separó familias, amigos, amantes, durante casi tres décadas. En la película «GOOD BYE LENIN» de 2003, se describe de maravilla esta época. En «LA VIDA DE LOS OTROS», de 2006, también altamente recomendable, se destila el terror que pasaron estas pobres gentes de la RDA, secuestrados por su régimen, perseguidos por su ideología. Cuentan que hubo una época en la que había un espía de la STASI (policía secreta de la RDA) por cada seis habitantes en Berlín este… abrumador.

Llegó por fin 1989 y la caída del muro, y la unificación de las dos Alemanias. Empezaron a mimar a la niña, le diseñaron hermosos edificios firmados por afamados ingenieros y arquitectos, barrios enteros fueron construidos, millones y millones de euros para la nueva capital europea, que brilla poderosa, fascinando a quien la visite.

La plaza donde ahora se levanta el Reichstag, sede del Parlamento alemán, con su espectacular cúpula de Norman Foster, o la sede de la cancillería alemana, edificio al que llaman «la lavadora», y todos los edificios aledaños, constituyen un ejemplo de arquitectura moderna único en el continente.

Las plazas de la tolerancia y la de la intolerancia, muy cercanas la una de la otra, son el ejemplo de que en Berlín la historia no comenzó en el siglo XX. Visitándolas se hace uno a la idea de cómo fue la capital de imperio prusiano hace muchos años. Los bombardeos de final de la Segunda Guerra Mundial destrozaron mucho los edificios, pero los incansables berlineses volvieron a reconstruirlos. La de la tolerancia (que oficialmente se llama Gendarmenmarkt) lleva ese sobrenombre por ser producto de la incursión de los protestantes hugonotes que el rey Luis XIV expulsó de Francia en el siglo XVII. Llegaron al ser bien acogidos por un rey Guillerdico (o Fedellermo?), y construyeron su catedral. Los protestantes alemanes (los luteranos) también quisieron la suya, por qué iban a ser menos, así que hicieron las dos a la vez, gemelas una frente a la otra, igual de hermosas, testigos de la tolerancia hacia el culto religioso de la época. Y en medio, la estatua del dramaturgo alemán Schiller, y el precioso edificio de la Casa de Conciertos.

Casa de Conciertos y estatua de Schiller

Catedral Francesa

La plaza de la intolerancia (la Bebelplatz), por el contrario, entre la facultad de derecho de la universidad de Humbold y la ópera, toma su nombre de un episodio posterior en el tiempo, para que no digan que aprendemos de nuestros errores… Hitler llega al poder en enero de 1933, y en sólo cinco meses, siguiendo con su programa antisemita, ordenó quemar a través de su ministro de propaganda Goebbels, unos 20.000 libros de las bibliotecas de la universidad en la Bebelplatz, algunos libros ejemplares únicos: cualquier ejemplar firmado por un judío, un homosexual, un comunista o cualquier escritor o escritora contrarios a las ideas fascistas, para asegurar así la pureza de la raza.

Dos tercios de judíos europeos fueron despojados de sus trabajos, dinero y hogares, perseguidos, avergonzados, humillados, encarcelados, torturados y finalmente exterminados, 6 millones de personas, por este ideario atroz. Que no se nos olvide nunca.

La época más temprana de la guerra fría tampoco se quedó corta en cifras: el régimen represivo de Stalin fue la causa de entre 10 y 20 millones de muertes, entre las directas de la persecución política, encarcelamiento y ejecución de enemigos del partido, y las enormes hambrunas provocadas por sus delirantes decisiones personales. Otro ejemplo del horror, del otro bando, del otro extremo del ideario político. En todos lados se cuecen habas.

Y pasando a un tema más mundano, y por ir cerrando esta larga crónica, después de tanto pateo y tanta historia, bien merece la pena ir a tomar un litro de wiessbiere en una buena cervecería berlinesa: AUFZTURZ está frente a la sinagoga (preciosa ésta, por cierto), y ofrece menús típicos berlineses ricos y económicos. Buena recomendación de Anna, nuestra simpática guía.

Sinagoga

Cerveza blanca artesana berlinesa

Para terminar la tarde, fuimos a pasear por la East Side Gallery, el trozo de muro que se mantiene mejor conservado y de mayor tamaño, en el que se pueden contemplar lindos y no tan lindos grafittis como el «beso fraternal», que vaya beso feo, pero con cuánta simbología: los dos líderes de la guerra fría, Leonidas Brezhnev (líder de la URSS) y Erich Honecker (líder de la RDA) se besan en 1979 en una visita oficial, y los fotografían. La imagen fue llevada a mural con motivo de la caída del muro en 1989, por el artista Dimitri Vrúbel, quien lo tituló «Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este amor mortal». ¡¡Insuperable!!

Postales del muro

Después, paseo por el barrio de Friedrichshain, por sus muchas tiendecitas y merecido descanso en el café Havana, donde cayó otro litro de wiessbiere y charla memorable entre hermanas y madre. En ese ratito mágico cayeron muchas confidencias que allí se quedarán.

Bajo los efectos de la Weissbier

Y luego está la Berlín underground, aunque este viaje no estaba pensado para eso. Para la próxima quedan en el tintero el barrio turco, y un sitio que me ha recomendado mi amigo Gabi, el BERGHAIN, que dice que aguantas dos horas de cola, pero merece mucho la pena, eso sí, hay que ir muy openmind… Deseando abrir mi mente.

Y tengo poco más que añadir. Estoy contenta de haber tenido la oportunidad de hacer este viaje. Por fin. Feliz por mi madre, quien llevaba años deseando ir, y por mi hermana, que tiene pocas ocasiones para escaparse de sus obligaciones de mamá y esposa, feliz por compartir bellos momentos con ellas en semejante marco; por la vida que se vive plena, por los lazos fraternales que se estrechan tiernamente, por el amor.

9 comentarios en “Berlín 2018

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