La isla mínima: aventura ciclista por el Guadalquivir

23 de septiembre de 2017

En un bar de El Pinzón, en algún sitio cercano a la ruta del práctico, en el curso del Guadalquivir, a 46 km de Sevilla, a las 11:31 de una mañana calurosa y moscosa, me encuentro a la espera de que mi querida amiga Raquel me rescate con su furgo.

Tengo las alforjas polvorientas, los sacos y tiendas del resto del grupo atados a mi bici, y la rodilla hecha una mierda.

Mis amigos han continuado su camino, les quedan 55 km por delante, nos veremos luego en Sanlúcar de Barrameda y nos comeremos unos langostinos y una manzanilla, eso seguro! Pero mi aventura deportiva acaba aquí. Demasiado!

Ayer salimos, a lo tonto a lo tonto, a las 6 de la tarde desde el Paseo de las Delicias, en Sevilla. Qué ilusión vernos de nuevo en bici, con las alforjas cargadas de víveres y de ilusiones. La salida por Las Palmeras, Bermejales, el puerto de Sevilla, luego un enredo, luego otro, y otro, hasta por fin dar por la vía paralela al canal de Guadaira que te saca por fin de la ciudad, se hizo largo. Ver a la gente atrapada en sus coches en la SE-30, y tú cruzar con el viento en la cara por la pasarela de Palmas Altas, sentirte un privilegiado. El puente del Quinto Centenario desde ese lado, inmenso! Sentir esa energía de estar haciendo algo que nunca antes has hecho, nunca había estado allí!


La Luz que inunda el paisaje de los campos es distinta a la de la ciudad, no encuentra límite, es más libre. El atardecer con la presencia en el horizonte derecho del Gran Río, con el Canal del Guadaira a nuestra izquierda, la magia nos envuelve.

Y sin embargo, la vida te da por un lado, y te quita por otro: sin previo aviso, algo se quiebra en mi rodilla, y mi cuerpo deja de acompasar a mi espíritu. Sigo aún unos cuantos kilómetros con dolor. El dolor va intensificándose por más que trato de apartarlo de mi. Me atrapa como una araña hambrienta. Mis amigos, solidaros, me esperan. Hago numerosas paradas. Anochece, cada vez es más difícil ver.

Por fin a Coco se le enciende una luz: lleva un cabo. Fabrica un tándem en un pis pas! Y ya de noche, el viaje vuelve a ser placentero. Bañados de autan, mosiguard y similares, y aún así picados por los malditos bichos, continuamos con mucha alegría el camino, sin saber muy bien qué hay a nuestro alrededor, pero oyendo el murmullo del agua, ya siempre presente, entre los canales de arrozales. La luna naranja creciente se insinúa en el horizonte, bellísima.
Nuestro objetivo: acampar en algún sitio suficientemente seguro para no ser arrollados de mañana por alguna máquina segadora, que parecen monstruos transformers, excepcionalmente hostiles en este calmo paisaje.
Encontramos el sitio perfecto: sucio, cutre, tenebroso, justo lo que andábamos buscando! Teníamos hasta nuestro propio techo de oxidada uralita para evitar el relente, y un cementerio de cangrejos de río alrededor, que nos recuerda que en polvo nos convertiremos.
Montamos las dos tiendas y media, echamos los aislantes al suelo y, cuál scouts, sacamos cada uno lo que traía de papeo, y las estrellas de la noche: dos botellas de vino que hicieron que aquella fuera la mejor cena posible. Eso, y las risas tras el esfuerzo, tan necesarias para descargar; eso, y las dos veces que en medio de la oscuridad, de pronto pasó un descomunal barco carguero lleno de luces y aventura, flotando sobre los arrozales, que hizo una vez más, que confirmáramos que estábamos viviendo un momento único y excepcional.


Hoy llegaré a Sanlúcar con algo menos de la mitad de mi camino hecho, sí, pero enchida de esta magia que aún estoy sintiendo en mi estómago, con mis expectativas de esta aventura sobradamente cumplidas.

12 comentarios en “La isla mínima: aventura ciclista por el Guadalquivir

  1. Que precioso hermana. Pero el deporte es así, agridulce, y lo que yo siempre digo…si fuera fácil lo haría todo el mundo! Never give up! cuídate, reposa, recupera y vuelve al camino para que todos podamos disfrutar de tus aventuras. Te esperamos!

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