Dubai, última parada

  

 
30 de septiembre 2015

Hemos hecho un alto de dos días en el camino de regreso a casa. Como volamos con Emirates, Dubai pareció buen plan para ir readaptando nuestro cuerpo a Occidente.

Sigue siendo la misma ciudad artificial y plasticosa que conocí hace cuatro años, aunque ahora la he encontrado más cara. Desde el punto de vista de la arquitectura y el interiorismo, es fantástica, eso hay que reconocerlo. Tiene unos edificios colosales, y en pocos años está consiguiendo uno de los skylines más impresionantes del mundo. Y sigue sumando, el cielo sigue lleno de grúas. También es vibrante y energética, aquí no te aburres, siempre hay algo que hacer.

Luna llena en Dubai

 

Dubai la nuit

 
Pero ese frenético modo de vida consumista que impregna la ciudad de «aquí todo es lo más», la hace antinatural. Es una ciudad sin alma, pretenciosa y exhibicionista. Al venir aquí hay que aparcar el cerebro normal y ponerte en modo «espectáculo», como recuerdo que ocurre también en Las Vegas y supongo que en otras ciudades del mundo. No son mis preferidas.

Cómo puede ser que no puedas ir andando a sitios que están a menos de un kilómetro, simplemente porque la ciudad no está concebida para caminar? En su lugar, debes irte a la cola de taxis y hacerla, coger un taxi que te da una vuelta grande, te pillas un atasco increíble, y al final llegas mucho después de lo que hubieras tardado de haber ido caminando, como homo sapiens que eres. Deshumanizada ciudad.

Las tiendas, eso sí, son increíbles. En el Dubai Mall encuentras de todo, todas las marcas típicas, caras y mega carísimas, y muchas más desconocidas. Mucho diseño en ropa, muy valiente, y también moderno diseño en decoración. El paraíso del interiorismo, este lugar donde no se para de construir y donde hay cientos de millonarios deseosos de gastar sus petrodólares en sus casas. Lugares para ir a comer, cenar, ir de copas, a cientos, y todos – o casi – puestos con un gusto que a veces el dinero sí puede comprar.

  
 

Ambiente pijoárabe en Dubai Mall

 
Por supuesto, nada más llegar hice una de las mías, y en el Mall me metí en el baño de hombres una vez más. Y eso que vi a un tío entrar desde lejos, pero mi cerebro no lo procesó, y seguí p’alante. Me encontré un negraco que me miró con los ojos muy abiertos «excuse me , excuse me, this isn’t the ladies restrooms…». Madre mía, qué corte.

Las emiratíes son unas señoras elegantísimas, la mayoría va con sus abayas (creo q se escribe así), y sus recogidos en el pelo tapados con un pañuelo, cuando no con unas túnicas bordadas y los taconazos. Por las uñas y los ojos, se ve que no escatiman en gasto de maquillaje y manicura. Se ven altivas, casi divas, con esa arrogancia que otorga el sentirse rico. Lo tienen fácil, sólo por nacer en los Emiratos ya te ha tocado la lotería de por vida. Poderoso caballero es don petróleo.

Distinto es cuando las mujeres van tapadas enteras, eso sí que no puedo llamarlo elegancia, eso no puedo comprenderlo. No me acostumbro a ver las muchas familias que se ven aquí, normalmente de saudíes y de otras regiones de Emiratos, de un barón vestido de blanco, con el típico tocado también blanco o blanco y rojo y su cordel negro sujetando, seguido de varias mujeres completamente cubiertas, la cara y todo. Me siento mal por ellas, pero también por mí, porque me hacen sentir como si fuera provocando por llevar unas puñeteras bermudas! La posición de la mujer aquí está clara en todos sus movimientos y gestos, no hace falta que te lo explique nadie. No puedo con el machismo, no puedo…

 

En la cola para un taxi

 
Ayer fuimos al desierto, a una de esas excursiones que llaman «safari dessert». De safari tiene bien poco, porque creo que en total vimos unos cinco bichos, una especie de ciervos pequeños, y un tipo de vacas con cuernos. Me dio la impresión de que para que los viéramos los tenían cercados en amplias zonas del desierto, como hacen en España con las monterías. Nos montamos en unos cochazos cuatro por cuatro e hicimos un rally por las dunas divertidísimo. Me acordé de mis sobrinos, hubieran flipado. Acabé exhausta de tanto bote y tanta curva, pero fue muy tonificante. 

  
 

Safari del desierto

 
Luego nos llevaron a un campamento en medio del desierto y nos dieron de cenar y ofrecieron baile y música. También nos vistieron con sus trajes típicos, con lo que nos reímos mucho, y a mi me hicieron henna en las manos. El sitio era muy chulo, aunque la actividad muy turística, normal. Pero disfrutamos mucho, sobre todo del sol poniéndose, y luego la enorme luna casi llena en el desierto. 

 

Animalitos del desierto

 
 

Henna

 
Y llegados a este punto, reivindico aquí mi naturaleza de turista. Soy turista, no reniego de ello. Y me molesta tremendamente cuando te tratan como si por el mero hecho de serlo fueras imbécil. Y no me refiero ahora a esta excursión, sino en otras ocasiones del viaje, en las que hemos encontrado algunos individuos indeseables. Lo que parecen olvidar es que muchos dependen de esas divisas extranjeras.

También pienso en España, donde muchas veces oigo hablar de los guiris con mucha condescendencia, como si fueran idiotas. La gente que viaja tiene mucho menos de idiota que la gente que se queda en casa, obviamente con una perspectiva de la vida mucho más limitada. Y aunque los guiris sean más blanquitos y gordos, o más bajitos, o con los ojos más rasgados, suelen ser gente inteligente que se preocupa con conocer otras culturas, ergo, merecen respeto.

Perorata, sí, pero tenía que soltarlo. Sorry.

Probablemente hay pocos lugares que puedan parecerse menos a Indonesia que Dubai, así que el sitio para terminar nuestro viaje es perfecto. 

  
 
Dubai, Dubai, si tuviera que irme a vivir a Dubai, lo haría por dinero o por amor. Pero no porque esta ciudad me conquiste, not at all. Tendría primero que bajar a los infiernos y comprarse un alma nueva.

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